Trabajar la destrucción. La rutina que mercantilizo debe dejar de producirse. Estoy acabado, este manto infeliz me da la respuesta a todo pero se traga las preguntas. El puré de las 2:30 se mantiene en la mesa una hora hasta que empiezo a comer y su sabor acude de nuevo, un escalofrío. Decía escribir, decía quererlo mucho y por qué no lo sé. Así es, hay una carne pellizcada por fantasmas, la retuercen y los miro... si me ven ellos a mí desaparecen. El contacto que dejan agrupa la existencia en la sombra que llevo. Con campanadas en un reino mágico la sonrisa aparece. Temo reírme de mí si consiento volatilizar las uñas de mis dedos y el pelo de mi cuerpo hasta que de mí se vaya esta sombra, el rastro adecuado para borrar mi paso.
Parece de día, tu nombre es la noche, mi cobijo destartalado. Soy yo esa querencia tras la página que más tarde recuerdas (aunque no en el momento), un ardor en la punta de la lengua. Me figuro bajo capas de papel, amortajado hacia la dulce placenta de una aspiración entre dolor, conjura este episodio un alumno que cree que las tizas siguen en alguna parte pintando nubes y que tras ellas los soñadores van descalzos.
El día internacional del beso y qué relativo es este día. Los besos que no sentí están apagados en mi memoria del sentimiento y sin embargo, ahora regresan.
Me dejo llevar por mi ilusión pero nunca sé si es un plato servido para dos. Jodido inútil me digo.
No sabes lo que sientes y quieres que alguien te mire para luego qué si tus ojos son aquellos del que cierra las ventanas triste y miran los anuncios de una televisión apagada cuya emisión imaginas que dice: "sabemos lo que necesita. Tenemos el producto indicado para usted. Si cierra los ojos sentirá el único beso que le hace falta: el de un querer que, sin explicaciones, llega como una ráfaga que todo lo vuela"
Entonces no son mis ojos, no son mis manos no soy yo el que está en pie.
Y un espantapájaros se despega de la tierra para hacerse amigo de las aves.