Silencios otorgados

En un renacer crepita la vida, y en vida: renaceré

Rutina, no digas más

Rutina, compadéceme y abréme no la puerta sino las cadenas invisibles que me atan. Parece el día despejado, los coches rumbo a la playa se dejan arrastrar por la arena interminable de la marea que absorbe al conductor en su propio diálogo. Vuelan sus palabras en las paredes y se vuelven gotelé, un blanco sin sangre hace de la piel goma de borrar y se pierde el discurso, se gana el vacío a sí mismo como si nada costara inventar las reglas del juego, el público de la mugre vuelve a sus asientos y aplaude con ganas temporales. Luego las grietas vuelven a cubrirse.

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